Soy feliz. Verdadera y auténticamente feliz.
Acabo de salir del Registro de la Propiedad Intelectual y me siento mayor. Me siento tan mayor como una chiquilla a la que, siendo todavía una miaja, le dan la enhorabuena y la felicitan por haber cumplido un deber. Y, además, por haberlo hecho bien.
¿Y qué contaros? ¡Como un pavo me sentí con un SI rotundo a la pregunta: ¿eres tú la autora?!
- ¿No se me nota? –pensé- ¿No se me escapa la alegría por todos los poros de mi piel? ¿No me delata esta sonrisa brillante que apareció al levantarme y que me acompañará todo el día, la semana, quizá el mes?
- Sí –piensa la chica de administración-. Se te nota y, además de esa envidiable sonrisa, el orgullo que te inunda, el placer que proporciona el sueño cumplido. ¡Felicidades!
Y salí de allí saltando, corriendo hasta la oficina bancaria a pagar los 13,07 euros de la tasa ¡qué barata me pareció la felicidad!
Al pasar, justo pared con pared, un café que oferta chocolate con churros, o café con churros, o… da igual, mi café de hoy es con letras, café satisfecho, café que debe engordar una barbaridad…
La joven de la barra me mira curiosa. Debo ser un rara avis, debo ser la primera persona en meses que luce semejante sonrisa, con tantos ceños fruncidos que produce día a día la situación económica.
Y, en realidad, no ha pasado nada; nada más que un registro. ¿Qué será si, algún día, encuentro mis escritos en la estantería de una librería?
¿Y si algún día, al entrar en el metro, llego a encontrar mis palabras en manos de otro?
Seguro que seré feliz, sí, pero no más que en este momento.
Nota: Escrito el martes, día 20 de marzo, a eso de las doce menos cuarto de la mañana.
Texto: Esperanza Castro