¾
¡Eres
un ángel, Adelí! –exclamó el comisario mientras disfrutaba cómo la tinta de los
pulpitos inundaba de sabor su boca.
Montalbano había decidido pasar ese
mediodía por casa a comer la exquisitez que le había dejado preparada su
asistenta pues la Trattoria Enzo, en la que acostumbraba a almorzar, estaba
cerrada por la defunción de la madre.
Tenía ante sí una fiesta: un poco de
ricotta con aceitunas, un plato mediano de caponattina y una generosa fuente de
pulpitos guisados con cebolla en su propia tinta.
Pensaba que si se lo comía todo, la
pesadez de la digestión le obligaría a una enorme siesta pero, ¡vaya!, la tarde
se mostraba muy tranquila en la comisaría y se podría regalar ese momento de
descanso.
Contemplando el mar desde su terraza
de Marinella iba a introducir el enésimo trozo de ricotta cuando éste se quedó
a medio camino entre el plato y la boca.
Una luz, como un parpadeo, una
ráfaga en medio del mar captó su atención. Era extraño, las dos y cuarenta
minutos de un soleado día y aquella luz.
Parecía una señal, un código. La
miró fijamente, intentó sin conseguirlo descifrar un lenguaje secreto.
Entró como rayo en casa para buscar
unos prismáticos. Allí encontró los que le habían entregado en su primera
instrucción hace… ¿cuántos años? Mejor no sometería a sus neuronas a semejante
esfuerzo; evitar la depresión en esos días le obsesionaba.
La imagen a través de las lentes de
aumento le mostró una barquita; sobre la barquita un hombre que sujetaba un
farol; el farol que mostraba y tapaba con un trapo un hombre sonriente.
¾
¿Y
este gilipollas? ¿Se puede saber a qué coño está sonriendo?
Su mirada se dirigió hacia la costa
siguiendo la línea imaginaria entre el estrafalario tipo y el punto donde,
supuestamente, estaban recibiendo e interpretando el festival de luces.
¾
¡Santo
Cristo, qué mujer! – exclamó levantándose cual resorte de la silla sobre la que
estaba repantingado - ¡La mismísima Belucci!
Allí estaba el bellezón: mujer de
carnes prietas, muslos de acero, abundante pecho con canalillo; larga y
brillante cabellera negra, labios gruesos maquillados de sensual carmín, ojos
de profundo azabache…
Montalbano creyó conocerla pero… no,
su abotargada cabeza le impedía localizar en ese momento la identidad de la
diosa.
Sin embargo, lo que sí le permitía
era observar sus movimientos: inclinada sobre la baranda mostraba su generoso
escote al tiempo que sus manos extendían puñados de besos imaginarios hacia el
lejano punto de luz.
¾
Una
escena de amor pasada de moda –razonó el comisario- pero, ¿para qué tanta
parafernalia? ¿Quién es ella? ¿Quién es él?
Su pensamiento voló de la escena
hacia la caponattina y a la botella de vino que tenía ante sí, luego a las curvas de la mujer y se encontró
pensando en Livia, allá en el Norte, y comenzó a divagar entre las diferencias
de las féminas sicilianas y aquellas que habitan en el frío extremo de su mismo
país.
***
Al despertar de la siesta llamó a
Fazio:
¾
¿Comisario?
¿Sí? Pero Comisario, ¿no nos dejó dicho que se tomaba la tarde libre?
¾
Fazio,
no me toques los cojones, toma nota y averíguame esto.
Unas horas más tarde, ya con el
ocaso, Fazio desplegaba frente al comisario su libretita de notas:
¾
Se
trata de la familia Zambrotta: establecida en Marinella desde…
¾
¡Fazio!
– Montalbano no tenía ni ganas ni paciencia para escuchar la retahíla de datos
del Registro Civil que seguro tenía anotados en la infame libretita su
ayudante.
¾
Perdone,
comisario, perdone… voy al grano. Lo que le quería decir es que es una familia
afincada en esta zona desde hace más de un siglo. En la casa vive Don Aureliano
Zambrotta con su hijo Giuseppe. Don Aureliano se encuentra desde hace más de
veinte años confinado a una silla de ruedas…
¾
¿Y
eso? – interrumpió el comisario.
¾
Un
caso que no se llegó a esclarecer del todo. Oficialmente se cayó de un caballo;
las malas lenguas dicen que lo hicieron caer.
¾
Ah…
ya…
¾
El
asunto es que el hijo, Giusseppe, ha contratado desde hace unas semanas a
Simonetta Grifone, una joven de aquí, de Vígata, para cuidar al anciano.
La imagen de la joven Simonetta
volvió claramente a los ojos del comisario y se puso nervioso.
¾
¿Algo
más?
¾
Sí,
comisario. Me han dicho que la muchacha tiene un novio, Tonino, que la ama… ¿cómo
diría yo?... excesivamente.
¾
¿Excesivamente?
¾
Es
peor que el mismísimo Otello.
El comisario aceptó la versión de
aquel amor obsesivo y controlador, y que daba respuesta a las señales luminosas
y los besos enviados por el aire entre los dos amantes. Sin embargo, su olfato
de perro viejo le decía que allí había algo más y, por ello, ordenó a Galluzzo
vigilar los movimientos de la casa y alrededores durante un par de días.
***
¾
Así
que el hijo se marcha de la casa en el momento que Simonetta entra por la
puerta.
¾
Sí,
en el mismísimo momento –afirmó
Galluzzo.
¾
No
se queda nada de nada.
¾
Ni
un minuto, comisario.
Montalbano guardó silencio. La
ardorosa escena entre el hijo y la muchacha que él mismo se había imaginado
quedaba completamente descartada.
¾
Y
dices que la mujer sale a cumplir el ritual del balcón justo al llegar, después
de comer y a media tarde.
¾
Exacto,
y se va de la casa cuando regresa el joven Giusseppe.
¾
¿Y
la barca? ¿Qué hace la barca entre saludo y saludo?
¾
El
novio navega hasta el puerto y se ocupa, digamos, entre señales. Hace unas
horas aquí y otras allá, ya sabe mi comisario cómo están las cosas. De noche
trabaja en uno de los muelles de descarga y duerme entre el primer y el segundo
saludo. Se ven muy poco.
¾
Ya…
Algo seguía sin encajar en la cabeza
del comisario. Quizás fuera la exageración de los gestos, la efusividad de
aquellos besos imaginarios, la propia imagen de una mujer (¡y qué mujer!) joven
con un novio al que ve menos que si lo hubiese conocido por internet. No,
decididamente tendría que acercarse a oler aquello él mismo.
***
Desde aquí inicio mi humilde
homenaje a un autor (Andrea Camilleri) y su personaje (Salvo Montalbano) que
tan buenos momentos me han hecho y me siguen haciendo pasar.
Este texto pretende ser un relato
breve, como un mini-caso de Montalbano, que me gustaría fuese continuado por la
comunidad que me visita. ¿Os atrevéis? ¡Vengaaaaa!
Y aquí lanzo el guante y pregunto:
¿Qué está pasando en la historia? ¿Qué verdad se oculta tras los efusivos saludos
entre los amantes?
(Especialmente dedicado a mi amiga
Marión, que desde Montevideo comparte la misma pasión siciliana que yo).
Texto: Speranza
Castrinelli