Iba
pensando en Antoñito. Hacía años de su vuelta a España y muy poco menos que no sabía
de él.
Le habían
contado que, a su regreso, se había establecido en la joyería de su tío, un
pequeño local ubicado en el centro de La Coruña o, mejor dicho, A Coruña, así
es cómo se le denominaba ahora.
Recordaba
vagamente lo que su amigo le había relatado: que su familia era de Bergondo,
pueblo de la misma provincia donde, al igual que antaño cuando las localidades
se organizaban por gremios, se daba una alta concentración de joyeros.
Tampoco
se había olvidado del nombre familiar, Seoane, e igual era consciente de que,
si el negocio no había cambiado de mano, el rótulo con este apellido judío le indicaría
el lugar.
Llevaba
la dirección y unas exiguas notas escritas por un amigo común: un local angosto,
de escasos diez o doce metros cuadrados y con un escaparate que ocupaba
prácticamente la estrecha fachada donde se exponían pendientes, pulseritas,
medallas de bautizo y comunión, relojes y alguna que otra joya más importante.
La puerta estaba pegada a su margen izquierdo y, en su interior, un mostrador
con vitrina casi tan largo como la tienda. En el extremo más alejado de la puerta
y bajo un elegante reloj de carillón, una mínima mesita de relojero. Allí, trabajando
en la mesita, era donde esperaba encontrar a su compadre.
Antoñito
era un hombre alto, demasiado alto para su época, espigado y un poco cargado de
hombros; con el cabello ensortijado en negro y el pico de las viudas
enmarcándole la frente. Y guapo, sí señor, guapo como un Tyrone, según decían
las mujeres al verlo.
Recordaba
cómo pasaban juntos largos ratos escuchando tangos, y viendo películas de
guerra, y comentando aquellas novelas bélicas que se vendían en los quioscos. Qué
gustos tan raros para un ser tan pacífico, para un tipo simpático, coñón y tan
buena persona.
Trataba
de imaginárselo ahora: poniéndole el pelo cano, más encorvado quizás, ¿tendría
barriga?, puede…
Ya
pocos metros faltaban. Subía por la calle de La Barrera y al fondo le pareció
leer: Seoane Antiqua, joyería desde 1928.
¾ ¿Será la misma? –vaciló-. Sin duda lo
es por el apellido y la fecha pero…
La
apariencia del establecimiento en nada se ajustaba a lo indicado: Una gran fachada
roja, escaparates espléndidos, un hermoso local ocupando hasta la esquina.
Torpemente
y entre soplidos, puso un pie y, ayudándose con un bastón, logró al fin
izar el otro sobre el escalón de la entrada.
Detenido
en el umbral contempló un espacio acogedor. Los objetos estaban colocados como
en una bella salita de té; las cajas de marquetería, las escribanías o los
anteojos antiguos parecían más dispuestos a la decoración que para ser
comprados.
Un
gran buda de ojos achinados infundía un ambiente de templo sagrado mientras
que, a su lado, la balanza se veía compensada por una muñeca pirata que guiñaba
traviesa.
Todo
tenía equilibrio: un par de mostradores en esquinas opuestas, dos vitrinas de
caoba para exponer las joyas, piezas de anticuario y tesoros indios, sedas, brocados, oro y plata,
y algunas piezas de artesanía.
¾ Esto es una locura –pensó-. Imposible
que esté aquí.
Una
sonrisa amable salió a atenderle al paso.
¾ Dígame si yo le puedo ayudar…
¾ Vengo buscando un amigo: Antonio Parga…
Seoane, claro –dijo mostrando sus pocos dientes divertido ante la obviedad.
La
dueña de la sonrisa contestó con gesto triste:
¾ Mi padre murió hace años…
Esto
sí no lo esperaba. Lo imaginaba viejo, tan anciano como él mismo pero
¿muerto?... ¿muerto ya su compadre?
Alzó
su mirada acuosa y la fijó en la joven. Sin duda la hija de Antonio: idéntico pelo
sortija, el lunar en la mejilla, esa simpatía coñera, y el mismo buen corazón.
¾ Y usted, ¿de qué lo conocía?
¾ En Venezuela éramos compadres…
-contestó ensimismado y, volviendo al espacio en que estaba, prosiguió-.
Perdona pero… ¿es éste un nuevo local?, porque no encaja…
¾ Bueno… la tienda antigua es ésa –le indicó
ella- Ésa
que está ahí tras el arco.
¾ ¿Puedo verla?
¾ Claro –contestó intrigada.
De
nuevo con gran esfuerzo el anciano dio unos pasos. Tres metros le separaban de
donde imaginó a su amigo.
Ella
le tomó del brazo y muy cuidadosamente lo ayudó a llegar hasta el sitio.
¾ Así que ésta es la tienda.
¾ Sí, la seguimos conservando.
¾ Y el mostrador y la vitrina –prosiguió
él-… pero, ¿dónde queda la mesa?
¾ ¿Qué mesa? –preguntó ella.
¾ La mesa de relojero.
Ella
sonrió de nuevo.
¾ Está en la trastienda pero…
¾ No, deje, no. No es que necesite verla,
es que quiero imaginar…
¾ Ya –asintió la mujer-. Ahí es donde
trabajaba él.
Una
pesada añoranza cubrió la estancia en un momento.
¾ Llegué tarde…
¾ Pues sí.
Dos
minutos, quizás tres, se demoró el anciano. Con los ojos bien cerrados imaginó
una escena: allí estaba, al fin, Antoñito entre relojes. En su mesita baja, junto
al mostrador tapizado, bajo el gran reloj de carillón. Todo el pequeño mundo del
negocio original.
¾ Entonces… ya está –murmuró-. Aquí
terminó el camino. Ha sido un placer conocerla, Señorita… Parga, claro –añadió
tras una pausa.
¾ Igualmente, ¿Señor? –preguntó ella.
¾ Mi nombre no importa ya. Sólo tenga
usted en cuenta que su padre y yo fuimos dos grandes amigos.
¾ Como guste –e invitándolo dijo: Vuelva
usted cuando quiera.
¾ Lo haré.
Lentamente
se volvió y esta vez pisó la calle cruzando bajo la puerta de la más antigua
fachada.
Por
La Barrera abajo se escuchó un silbidito: la canción de la película “El puente
sobre el río Kwai”.
-TERCER PREMIO EN EL X CONCURSO DE RELATOS Y IX DE POESIA PUMUO (Asociación de Alumnos PUMUO – Universidad de Oviedo)-
Ilustraciones: Silvia Sanz
Texto: Esperanza Castro
Este relato es mi humilde homenaje a "la tienda", así llamada por toda mi familia, y a sus habitantes entre los que se encuentran generaciones pasadas y presentes y... ¿quién sabe si futuras?
ResponderEliminarLas joyas y los relojeros son de locales parcos, los grandes... son bisutería y no tienen encanto, son solo luces apantalla bobos
ResponderEliminarQuerida Esperanza nuestra: He leído el texto sobre la tiendita de relojes y me ha emocionado saberte cerca de esa historia. Sobre todo, saber lo bien que la cuentas. El color y las forma de tus palabras. Te mando un largo abrazo, Angeles Mastretta
ResponderEliminarQUE LINDO LO CUENTAS Alegría de saber la prosoeridad de los decendientes y trizteza por el amigo ya muerto ,todo eso trae esa añoranza tuya .
ResponderEliminarPrecioso, Tati!! muy emocionante...
ResponderEliminarA veces se llega tarde en la vida, qué lástima...
¡Hasta a mi se me han saltado las lágrimas, qué bonito, Espe!
ResponderEliminarQue bonito es traer al presente los recuerdos del pasado, es la forma de no olvidarnos de lo nuestro. Es precioso el homenaje Espe!!
ResponderEliminarEs muy bonito, como siempre y muy triste
ResponderEliminarTati, ME HA ENCANTADO!!!!!!!!!!!! El relato fantastico ylas ilustraciones preciosas.......
ResponderEliminarMUCHAS GRACIAS
UN BESO MUY GARNDE
Así es la vida, se quiera o no se quiera:
ResponderEliminarcon fecha de caducidad.
Es una firme realidad
que el futuro siempre llega.
Hay relojes que son sumergibles,
otros son inoxidables,
los hay de pulsera,
pero todos INEXORABLES
en su loca carrera.
( Me voy a Lóndon via A Coruña)
Es una pena perder la pista de quienes fueron grandes amigos, y comprobar que es demasiado tarde cuando nos animamos a retomar el contacto.
ResponderEliminarAl menos, haber podido imaginar a su amigo Antoñito trabajando con sus relojes en la tienda ha sido un consuelo para la tristeza de no haber llegado a tiempo.
Es bueno mantener vivas las amistades cuando de verdad las apreciamos.
Tati querida, no esperaba menos de ti. Cada día te superas. Hoy me has dejado con un nudo en la garganta. Tu historia es algo común para los que partieron algún día y luego regresan. Y si, unos un poco tarde. Lo extraordinario es la amenidad con que la expresas. Abrazos y besos transoceánicos...
ResponderEliminarQuerida Espe,
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato y me han saltado las lágrimas. Espero poder volver algún día a esa preciosa tiendecita y sobretodo con tu compañía. Un beso muy fuerte.
Noemi
Entre la minuciosa descripción (que se te da cada vez mejor) y las excelentes ilustraciones de Silvia,( que no pierde detalle), pues, todos nos hemos paseado dentro del local y vimos a Antoñito ensimismado en su tarea.
ResponderEliminarNostalgia incluída, que hiciste asomar de a poco, los datos de la nueva vidriera y el bastón del visitante, nos fueron preparando para el desenlace.
Demasiado tiempo transcurrido desde los tangos y el puente del Kwai.
Muy Bonito Esperanza.
ResponderEliminarMe ha recordado a mi padre, cuando se pone a añorar recuerdos y amigos.
He sentido el mismo sentimiento que pone él, cuando habla de esas cosas.
Un beso
¡Vaya!
ResponderEliminarMuchísimas gracias a todos por vuestros comentarios.
Mme. Carou, me alegro enormemente de verla por aquí. Espero que siga visitándome... y no se me despiste. Merci.
Esperanza, te felicito por la soltura y el lujo de detalles para nada cargantes con que describes primero el exterior, luego el interior de la tienda. Realmente no cuesta trabajo situarse y disfrutar el escenario.
ResponderEliminarPor otro lado el final me sugiere algo muy importante: los amigos no mueren y la prueba es que el personaje se marcha de la tienda silbando la canción como si nada hubiera ocurrido. Antoñito para él sigue vivo.
Ay, Paco, ¡cuánta razón tienes!
ResponderEliminarNuestros queridos seguirán vivos siempre que los recordemos. Es la magia del afecto y del amor.
Gracias por tus primeras letras en este sitio. Ya sabes que ésta es tu casa.
Besazo
Hermoso relato Tatip! otra forma de que la mesa del relojero siga estando! Ch.
ResponderEliminarNos ha gustado muchísimo, Qucks está deseando conocer a la pirata.
ResponderEliminarQucks y Pucks
Hola Tatolas!!!!
ResponderEliminarHace tiempo que no leía tus post, porque en alguna ocasión, llore como una magdalena.
Hoy cuando abrí mi correo, vi tu mensaje y cuando leí el titulo, dude por un momento, pero me dije, seguro que es precioso.
Y así ha sido, lo que pasa es que llevo quince minutos llorando no se de que, bueno si.
Me has transportado en el tiempo y lo he recordado tal como era, cachondo, pasota o quizás algo apirolao y haciendo aquel ruidito al chocar sus dedos con la otra mano.
La verdad es que este relato me ha encantado.
Aunque me haya levantado de la mesa cuatro veces para secar las lagrimas.
Un beso muy fuerte, tqm.
Imposible no emocionarse con tan perfecta descripción de lugares y personas.
ResponderEliminarImposible describirlo si no se ha vivido, si no se ha sentido.
Gracias.
Juan cho
Vuelvo a daros las gracias, chicos.
ResponderEliminarRicar, desde luego, lo tuyo debe ser intuición porque, desde La Cocina no había vuelto a escribir algo "tan nuestro" y tú fue con aquel que lloraste cual magdalena y ahora con éste. ¡Qué tino, mijito!
Un besazo para cada uno
Magnifico relato, tienes una bella varita mágica para crear emociones, Me ha conmovido. Un beso
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