¿Qué color tienen las palabras?

¿Qué sílaba definirá el trazo?

¿Qué imagen para expresar un sentimiento?

viernes, 13 de julio de 2012

Acelgas


-          Acelgas –dice la pequeña oriental al tiempo que alarga un garabato al tendero-. Mi papá dice que lleve acelgas.

Es diminuta. No debe tener más de cuatro años pero es vivaracha y despierta. Sus ojos rasgados como dos rayas en medio de su cara, su naricilla y sus dientitos todos cariados acompañan a una luminosa sonrisa.

El tendero lee la nota y asiente.

-          ¿Qué cantidad?

Las dos coletas se encojen de hombros:

-          No sé. Me ha dicho que quiere acelgas –insiste.

Dos manojos de verduras son introducidos en la bolsa de plástico.

-          ¡Noooo! –protesta la pequeña- ¡Mi papá quiere acelgas!

Los presentes cruzamos miradas y sonreímos ante el pataleo.

-          Mira –le contesta paciente el verdulero-, esto son acelgas. Anda, llévaselas a tu papá.

-          No, papá quiere eso –e insiste en que el tendero lea la nota.

-          Aquí dice A…CEL..GAS… -y muestra la prueba a los que allí estamos concurridos-. Toma, llévaselas.

La niña le arrebata con brusquedad la bolsa y, convencida del error, sale con paso marcial de la tienda.

Yo voy pidiendo mi kilo de tomates rojos para el gazpacho cuando veo una exhalación en forma de niña china que entra y muy salerosa arroja la bolsa llena sobre el mostrador de sandías.

-          Esto no son acelgas –casi grita-, mi papá quiere acelgas.

Vuelve el silencio a la estancia y vuelven las sonrisas a nuestros rostros. Ella entiende nuestro candor y sale corriendo de nuevo esta vez con las manos vacías.

-          ¿Qué será lo que quiere el chino? -nos preguntamos.

-          Quizás necesite puerros –apunta alguien.

Con el suspense en el aire pago la compra y en el camino a casa encuentro a la pequeña que retorna de la mano de su padre.

-          Puerros, zanahorias, espinacas… ¿qué demonios querría el chino? –me pregunto.


Ilustración: Silvia Sanz
Texto: Esperanza Castro

miércoles, 4 de julio de 2012

Una novela. Capítulo I.


No podía apartar la mirada. No podía dejar de contemplar su cara inerte sobre la cama.

No era un rostro dormido. No era, como otras veces, la observación de su profundo sueño. Se trataba, sin embargo, de la visión de la muerte; de una muerte inquietante y sosegada.

Mil veces había imaginado ese momento. Se había visto a sí misma desesperada, rota por el dolor, abandonada a la orfandad de su presencia.

Mas, ¡qué distinto era todo! Ni tristeza, ni pena, menos aún lástima. Un vacío de sensaciones, de sentimientos, le regalaba una calma inesperada.

Escuchó el silencio. La incesante quietud que la rodeaba. Ni su latido ni el de él. Claro, ¡qué latido esperaba si estaba muerto! Y ella, ¿también ella estaba muerta?

Se miró las manos y observó la sangre palpitando en sus venas. No, no estaba muerta. Estaba viva y serena, dueña y señora, mujer, persona.

Posó de nuevo los ojos sobre el cuerpo de él y sintió ganas de orinar. Por primera vez un sonido: El chorrillo del líquido al caer sobre el agua del fondo de la taza.

Al rato percibió un pequeño hueco en el estómago. Caminó hasta la cocina y conectó la cafetera antes de coger la galleta que mordisqueaba cada mañana.

El aroma del café le despertó el olfato. Se sentó con el tazón en una mano y la galleta en la otra, y su mirada se paró sobre la mesa. Ahí estaba aún la mancha, el círculo desteñido de acetona que no le había dado tiempo de salvar aquella tarde en que decidió pintarse las uñas de verde.

Vagó entre la cerámica siciliana que él le había regalado, el mate argentino y los cacharritos de la India, la jarra almeriense y el simpático calendario de Praga, ese que tenía ratoncitos colocados para indicar cada uno de los días de la semana.

Se incorporó con pereza, le pesaban las piernas demasiado. Caminó por el pasillo y llegó hasta allí, hasta el pie de la cama en donde lo había dejado.


Texto: Esperanza Castro

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