¿Qué color tienen las palabras?

¿Qué sílaba definirá el trazo?

¿Qué imagen para expresar un sentimiento?

domingo, 29 de enero de 2012

Un hombre inmenso

UN HOMBRE INMENSO
Hubo una vez un poeta, castellano,
manchego de corazón y del mundo ciudadano,
que un brumoso día me habló.
Y me nombró Tatiría.

Sabía él de la pasión por mi tierra,
por mi ría, y por su niebla y su lluvia
y creo que en la mía vio él también la suya.

Cada palabra o verso, eran para mí un regalo,
una sorpresa, una alegría,
 y el legado más hermoso
que puede ofrecer ser humano.

Deja también un hijo, digno heredero
de su sangre sensible,
un hombre que sin dudarlo ha de tener
el mismo don que su padre.

Van para ti, mi Paco,
Estos mis torpes versos,
que al igual que los tuyos brotan de mi corazón.

Y va mi amor, va, mi Paco,
Amor sin cara, invisible,
un amor intangible
que sostiene a mi dolor.

***

Ayer se me murió un amigo. Ayer se nos fue el poeta, el latido, un hombre inmenso.
Estos versos deslavazados me han brotado de dentro.
Desde que supe su ausencia, todo mi interior rimaba, ¿quién sabe?, puede que mi Paco se hubiera quedado en mí, al menos, un poquito.
Sí, yo sé que se ha quedado conmigo.

Texto: Esperanza Castro

viernes, 20 de enero de 2012

La jarrita de leche

Era pequeña y fina, selecta y muy delicada, con un filetito de oro que pintaba su silueta, desde su boca hasta el pie.
La jarrita de la leche era la pieza más linda del juego de café antiguo. Estaba hecha de la misma porcelana que las tazas, que los platos, que la cafetera o el azucarero; pero su tamaño y su forma, hasta los diminutos dibujos, hacían de ella una pieza especial. Así ella lo creía.
Pero, a pesar de todo, era una jarra infeliz. De tanto escuchar a otros su belleza y sus bondades, convencida estaba de que aquel no era su mundo. En una estancia de humo, impregnada de grasas y olores de guiso, de asados; enjaulada en la alacena rodeada de loza vulgar, vidrio basto, espantosas ollas; y aquel cazo que sólo se le dirigía para dedicarle palabras soeces.
-          La cocina no es mi sitio –se lamentaba afligida-. En el salón, en la vitrina es donde deberíamos estar –susurraba altiva a las otras porcelanas.
-          ¡Vaya con la señoritinga! –gritaba ordinaria la sartén de las tortillas- Fíjate que creo que aquí es donde te vas a quedar.
-          Pero, ¿dónde vas a estar mejor que en mi compañía, alhaja? –la piropeaba el cazo.
El resto de sus compañeras, las tazas, los platitos, el azucarero y la cafetera, la miraban con candor; con ese cariño que se dedican sólo los de la misma familia, con la compasión de quien la conoce y la sabe niña consentida y maniática, caprichosa, pero niña al fin.
¡Rezaba por que llegara el viernes! Durante el fin de semana siempre cabía la posibilidad de una visita, una merienda de amigas donde la dueña orgullosa sacaría a lucir el heredado juego de café.
Y ella volvería allí, al salón de los cortinajes, a contemplar los sofás chester de cuero, la opalina lámpara de Murano, y hasta la vitrina que presidía el antiguo aparador y con la que tanto soñaba.
Ya de vuelta a la cocina, relataría con detalle una conversación de altura a aquella población tan baja.
-          Pero, ¿qué os podría contar que comprendierais? Si sois tan ignorantes que ni el significado de una palabra lograríais captar.
-          Cuenta, tú cuenta por esa boquita que yo, con tan solo verla mover, ya me inspiro –le contestaba guasón el cazo al tiempo que meneaba su mango.
-          ¡Déjame en paz! ¡Qué ganas tengo de perderte de vista!
Sus compañeros de estancia reían a carcajadas. ¡Cómo les divertían sus aires de grandeza! ¡Cómo esperaban ellos también las tardes del fin de semana!
No fue un sábado normal. Afuera nevaban trapos, el frío nublaba ventanas, la calle se alfombraba de blanco.
La visita de la tarde apareció aterida.
-          Por favor, María Luisa, un café para entrar en calor. ¡Tú no sabes la que está cayendo!
La dueña hizo café, calentó muy bien la leche, y posó en la mesita la tan afamada herencia.

Hirviendo se encontró la mezcla la amiga de María Luisa y, de una forma animal, sin pensar, más bien instinto, torpemente tropezó con la bandeja. Y allí mismo ante sus ojos, las finas y elegantes piezas, dieron con su cuerpo en el suelo. Mil pedazos se esparcieron: adiós a las tazas, a los platos, a la cafetera, sólo la esbelta jarrita se libró del desastre.
-          ¡Oh, Dios santo! ¡El jueguito de la abuela!


Su invitada enmudeció. Mil “lo siento”, mil “no importa”, palabras de disculpa, intentos de suavizar el destrozo.
El  menaje de cocina contempló un funeral. Lloraba la dueña. Lloraba por su abuela, su madre, por la niña que ya no era.
No intentó reparación para lo que arreglo no tenía. Tiró los añicos al cubo y acarició la joya rescatada de la catástrofe.
-          Esto es un milagro -se dijo.
La tomó en sus manos y, entre lágrimas, la llevó hasta la vitrina.
La felicidad de la jarra tan sólo duró un instante: ¡Estaba en aquel lugar! Pero, ¿de qué le servía ahora? Sola no tenía valor. Sin las tazas o los platos, pronto se convertiría en pieza de mercadillo.
Y, ¿qué haría sola allí? ¿A quién le contaría todo? ¿Ante quién presumiría?
Pronto extrañó a las otras. A la sartén y hasta al cazo.

Ilustración: Silvia Sanz
Texto: Esperanza Castro

miércoles, 4 de enero de 2012

L.F.

Relato retirado temporalmente del blog por encontrarse en concurso literario. Disculpen las molestias.


Ilustración: Silvia Sanz
Text: Esperanza Castro

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