¿Qué color tienen las palabras?

¿Qué sílaba definirá el trazo?

¿Qué imagen para expresar un sentimiento?

martes, 26 de junio de 2012

El cielo protector

Un cielo protector teje la madre.

Un profundo azul cuajado de estrellas.

Bajo ese techo agazapada

descansa acurrucada la pequeña.



La madre la mira y mira y se pregunta

cómo hará a partir de ahora pa tenerla,

pues la niña se ha quedado sola, sola,

y por toda compañía su tristeza.



No llores, mamá, no llores

que aunque sola y sola soy feliz.

Soy rica en cariños y en amores,

en amigos y en temblores,

y mis letras torcidas me enderezan

como verdes brotes en abril.



Sonríe la madre y entre lágrimas

contempla a su pequeña abrazar

su futuro y, con amor, amor de madre,

decide acompañar su soledad.





Ilustración: Silvia Sanz
Texto: Esperanza Castro


jueves, 7 de junio de 2012

Caracolas

     Es Daniel un tipo sencillo, largo y desgarbado; y más oscuro que las mismas noches que en esta orilla se contagian de azul.

Lo encuentro sentado sobre la arena y su figura destaca cual estatua de madera preciosa entre los granos de coral. A sus pies extiende su pesca.

Tan bella es la captura: rosa suave y luminoso; blanco y café; y en el interior el mar cautivo.

De sus manos a las mías, una a una sus pulcrísimas caracolas y, al tiempo, me cuenta historias: La de él, las de ellas.

Daniel creció en el pueblito. Se crió entre pescadores y poco a poco vio su entorno cambiar. Camisetas, bañadores, pulseritas o colgantes de piedra dominicana… chuminadas que hoy sus paisanos tratan de vender a los turistas.

-       Las pesco yo mismo ahí cerca, ¿sabe?, con mi hermano –me dice mientras escojo una y la coloco en mi oído-. Otros días ya me las habrían comprado los chicos, pero la temporada está floja. Mírelas, están bonitas, ¿eh? Esta sale una vez al año –indica un gigante ermitaño que vació con agua caliente.

Miro a todas embobada sin saber decidir cuál entre el conjunto es la más hermosa.

-       El caracol rosado tiene un bicho delicioso, como de kilo y medio. Ahí mismo lo preparan a la plancha –alza la mano hacia los pequeños barecitos-. Le aseguro que si usted lo prueba, más nunca va a querer comer otra cosa.

La sencillez con la que me habla me conquista y me abre el apetito de saber más.

-       Este otro lo saco así –golpea la enorme concha sobre la arena-, y para éste necesito un punzón.

Me siento junto a él y las manoseo todas. Mis ojos disfrutan los colores, mis yemas las acarician, las acerco a mi cara para sentir el suave roce en mi mejilla. Ahí están el caracol rosado, la reina café y otros nombres que escapan a mi memoria.



Cierro los ojos para sentir su latido y elijo la que se acompasa al mío, grave y profundo.

Daniel me informa los precios, me promete una rebaja y sueño: un puñado de dólares y llevarme a casa el mar. No lo dudo.

Un amplio apretón de manos y su blanquísima sonrisa se suspende en el aire.


lunes, 4 de junio de 2012

Cuando los protagonistas estén muertos

 ¿De quién son las historias que escribimos?

¿Qué derecho moral tenemos de contarlas?

¿Somos propietarios de ellas por el hecho de haber sido testigos?

Estas y otras preguntas me las hago, nos las hacemos y las hemos compartido en nuestro taller literario.

No soy la única que tiene una historia que narra acontecimientos vividos por mí pero que, además, tiene otros protagonistas de carne y hueso, con nombre y apellidos, que han compartido la misma experiencia.

Por lógica, hemos de suponer que esos protagonistas –a los que le cambiaríamos el nombre por preservar su identidad de cara a un público menos cercano- podrían llegar a leer la historia, sentirse identificados y, quizá, molestos por verse en ese texto desvelados.

Y ese es el punto central de nuestra duda: ¿qué hacer?

Tengo claro que mi vida es mía y lo que me pasa también; que la mayoría de mis experiencias son compartidas por otros; que muy pocos acontecimientos me suceden en exclusiva y que, por tanto, siempre habrá quien viviendo a mi lado reconozca lo que escribo por mucho que hábilmente lo haya disfrazado.

Y no vengo a plantear nada, digamos, legal. Está claro que si soy lo suficientemente cuidadosa con las identidades, no tendré problemas pero, ¿cómo responder ante un reclamo de un personaje que se reconoce en una historia que desvela algo que hubiera preferido dejar oculto?

Quiero transmitir esta inquietud porque realmente hoy me paraliza, frena, me inquieta y me deja pensando que quizá, aunque quisiera, no podré sacar a la luz una bella historia hasta que sus protagonistas estén muertos.

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