¿Qué color tienen las palabras?

¿Qué sílaba definirá el trazo?

¿Qué imagen para expresar un sentimiento?

viernes, 21 de diciembre de 2012

Parte de Navidad


“… tendremos diez grados bajo cero en Montreal… el cielo estará parcialmente nuboso en Getafe y Madrid y se respirará denso “smog” en la Ciudad de México… con lluvias débiles y aisladas sobre la catedral de Burgos y Colmenar Viejo… sofocantes treinta y siete grados en la ciudad de Asunción… nubes dispersas sobre la bahía de La Concha y el Golfo de México… dieciséis grados en la ciudades catalanas de Reus, Barcelona y Girona… muy nuboso sobre la Basílica del Pilar, el volcán Popocatepetl y la capital de España… ambiente húmedo en el Río de La Plata y Caracas… sol radiante y veinticinco grados en Antigua Guatemala… en torno a los quince en Los Ángeles y A Coruña… las cumbres de Sierra Nevada se dejarán ver con claridad… la ciudad de Guayaquil hervirá bajo treinta y cuatro grados …”

Frío, calor, lluvia, sol, nieve, niebla…

Desde este lugar queremos soplar… soplar… soplar… un viento cargado de esperanza, amor, felicidad, ilusión, alegría, paz y sueños, muchos sueños, que alcance a todos los rincones desde los que nos acompañáis y nos habéis acompañado a lo largo de este año 2012.


¡¡¡FELIZ NAVIDAD Y MÁS FELIZ 2013!!!





Ilustración: Silvia Sanz
Texto: Esperanza Castro

jueves, 6 de diciembre de 2012

Raimundo, Rey Mago


Conocí a mi vecino Raimundo antes incluso de que lo fuera.

Entré en su casa llamada por un “Se Vende”. Me la mostró entusiasmado. El tamaño, sus tres dormitorios, la zona (“…en la que no se oyen las ambulancias, se lo puedo jurar…”), todo coincidía con la vivienda que mi hermana, que era la que había descubierto el cartel al pasar, y yo estábamos buscando.

-        Le prometo que es un barrio tranquilo –prosiguió Raimundo haciéndonos el artículo- tanto que nosotros vendemos este piso porque necesitamos una casa más grande pues mi suegra se viene a vivir con nosotros, pero nos mudamos ahí atrás.

Seguíamos alegremente su cháchara. El hombre era muy simpático.

Nos pidió que esperáramos un momento y al rato volvió con unos planos entre las manos. Los extendió sobre la mesa del comedor y allí nos mostró los pisos que estaban construyendo justo en el bloque de al lado.

Nos despedimos diciéndole que su piso era bonito pero que el precio era quizá un poco alto para lo que estábamos dispuestas a pagar.

Al salir de allí, mi hermana, que para estas cosas siempre ha tenido mucha más vista que yo, me sugirió que fuéramos a ver los pisos nuevos, los que el mismo Raimundo nos había mostrado. Terminamos comprando uno de tamaño mediano, algo más pequeño que el de Raimundo, y de esta manera fue como mi vecino se convirtió en mi vecino.

Pero no vendría a contar hoy yo esto si la historia se hubiese quedado en esta anécdota.

La zona en la que yo vivo, que veinte años más tarde ya no es tan tranquila, vive en torno al Hospital Ramón y Cajal.

Como es habitual, alrededor de los hospitales es muy difícil encontrar aparcamiento, sobre todo en las horas centrales del día, y esta dificultad se ha convertido para un puñado de inmigrantes subsaharianos en su modo de subsistir.

Cada hombre tiene asignado un trozo de calle, o un puesto libre entre dos coches, a veces dos comparten un hueco. Corren arriba y abajo, disputan un cacho de acera, luchan la moneda de euro que, se supone, les dará el conductor al terminar de aparcar. 

La vida de estos hombres, a los que imagino durmiendo en el suelo de veinte en veinte, es muy dura. Están ahí desde las seis de la mañana, cuando empiezan a llegar los primeros coches, y no se van hasta el cierre de visitas al hospital. Frío bajo cero estos días, calor de cuarenta en el verano.

Pero, al menos los de mi calle, tienen un rey mago. Todos los días Raimundo les baja pan, fiambre, una pieza fruta. Todos los días, mi vecino les proporciona un algo para superar la vida de la calle.

Médico jubilado, esposo y padre cariñoso, abuelo tierno de una niña adoptada en África, Raimundo es capaz de llamar a estos hombres por su nombre.

Ayer, regresando de darle un paseo a mi perrita, Raimundo y su mujer me adelantaron cargados de bolsas de supermercado. Al cruzar el patio que forman los edificios, pude ver cómo mi vecino reía abrazado a cuatro de ellos.

¿Cómo podrían mis palabras describir la imagen?

Creo que en lo que primero que pensé fue en la Navidad. En esta época en la que todos pretendemos ser mejores, más generosos y alegres y cariñosos.

Pero no, aún no es Navidad, y sin embargo él hace que lo parezca, porque cada uno de los días del año mi vecino Raimundo se viste de Rey Mago.


Texto: Esperanza Castro

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