¿Qué color tienen las palabras?

¿Qué sílaba definirá el trazo?

¿Qué imagen para expresar un sentimiento?

martes, 27 de mayo de 2014

El Gran Premio

Las primeras luces se filtraron a través de la persiana. Anna las observó y sintió que el pecho se le ensanchaba y que la presión comenzaba a remitir.

Le asustaba la oscuridad. Desde hacía años necesitaba pastillas para conciliar el sueño. Su efecto le proporcionaba las horas suficientes para aguantar el día, pero el tiempo entre su amanecer y la salida del sol se le hacía interminable.

Se incorporó y de un salto abandonó la cama. Como cada mañana lo primero que hizo fue mirarse al espejo. Las bolsas de los ojos eran algo menos visibles que las de los otros días. Sonrió. Ese sábado se celebraba el Gran Premio, ese mismo día Margot, su magnífica yegua, se alzaría con la victoria.

Desde muy pequeña le habían visto maneras. Fue una potrilla espigada, altanera, llena de brío, alegre y muy veloz. Sobresalía entre los demás y ella se encaprichó nada más verla trotar en el prado.

Llevaban un año entrenándola, trabajando codo con codo con el jockey que la montaría. No podía fallar, no tenía rival a su altura, por eso respiraba confiada.

Se asomó a la ventana y vio el sol. El cielo lucía de azul brillante, no se distinguía ninguna nube. Sonrió de nuevo, la jornada se adivinaba perfecta.

Ojeó los titulares del periódico disfrutando del aroma de su primer café. En la portada aparecía un pequeño titular anunciando la gran carrera. Rápidamente se dirigió a la sección y allí la encontró: Margot entre los favoritos. Era la revelación, la gran esperanza de la temporada.

-  ¿Cómo has dormido, cariño? –le preguntó su marido acariciándole una mejilla-. Imagino que estarás hecha un manojo de nervios.

-  Imaginas bien.

-  Tienes que tomártelo con calma, cielo. Veo que guardas demasiadas expectativas y luego…

-  Es que tengo razones para tenerlas –contestó tajante.

Él lo dejó ahí, si no terminarían discutiendo. Siempre sucedía cuando Anna se levantaba así de tensa, se volvía irascible.

El agua corrió para calentarse mientras ella observaba su silueta en el espejo. Ya no le satisfacían sus formas; sus brazos, sus hombros, sus piernas conservaban la flexibilidad, los músculos permanecían definidos pero la piel comenzaba a perder el tono de tiempos pasados. Tan solo sus pies aún mostraban los destrozos de antaño. Se morirían así.

Entró en su vestidor. Era acogedor, amplio; las paredes estaban pintadas de un rosa suave y empolvado. Los bolsos, los sombreros y joyas, se encontraban perfectamente ordenados en estanterías, cajas y cofres de diferentes tamaños. Entre algunas fotografías en las que se encuentra con Margot, se esconde una descolorida donde se puede ver a una bailarina muy joven sobre un escenario sujetando un hermoso ramo de flores. 

Eligió un vestido vaporoso y un par de zapatos sin tacón. Sobre su cabeza un sencillo tocado. Su pelo corto mostraba su cuello largo y elegante, sin adornos.

El gentío se acumulaba ante la puerta principal. Esa imagen siempre le había gustado, le producía una extraña emoción, como si mil hormigas le subieran desde los pies.

Allí estaba el mozo, esperándolos en la zona de propietarios. Su sonrisa amplia mostraba tensión, ansiedad y la misma ilusión que la invadía a ella.

- Está preparada. Parece que siente que va a ganar –manifestó emocionado.
-  Quiero verla –añadió ella corriendo hacia la cuadra.

La luz del sol mostraba una Margot brillante, luminosa. Su capa parecía cobre recién bruñido. Era una pura sangre alazana, hija de padres campeones, de una inmejorable genética.

La yegua relinchó al verla y ella cerró los ojos para escucharla. Al abrirlos se encontró con la mirada del animal. Parecía que se entendieran, que entre ambas existía una gran complicidad. Desde el principio sintió que algo muy fuerte la unía a Margot, por eso creyó que ella captaba su deseo, su hambre de victoria.

La gente se saluda en el paddock. Intercambian sonrisas estúpidas y palabras hipócritas. Se desean suerte y se dicen aquello de: “que gane el mejor” cuando en realidad deben soñar con su propia gloria.

Los caballos se muestran nerviosos en la línea de salida. Anna trata de distinguir a Margot a través de sus prismáticos y, después de unos minutos, la ve cabeceando nerviosa, luchando con las riendas con que el jinete intenta controlar “su espíritu indómito”. Abandona la imagen sonriendo y recorre con la mirada la pista. Siente un leve escalofrío provocado por la brisa húmeda que ha comenzado a soplar arrastrando un puñado de nubes.
-          
-         - Espero que no se ponga a llover –su voz tiembla al oído de su marido.
-         
          - No parecen nubes de lluvia –responde tranquilo.

El pistoletazo de salida da lugar a un pequeño caos. El jockey de Margot la orienta en la pista y consigue situarla entre los primeros lugares. Debe evitar que la encierren. Como jinete experimentado tiene diseñada paso a paso la estrategia a seguir.

Recorridos los primeros metros de la prueba, la caída de un azabache afecta a otros cuatro caballos. De ellos solo dos son capaces de seguir en competición. El grupo se alarga, se vuelve mucho menos compacto y llega a romperse dejando cinco caballos comandando la carrera. Margot se encuentra entre ellos, va perfectamente situada guardando las fuerzas para acometer el sprint final. Anna grita excitada su nombre desde la grada.

Gotas de lluvia han comenzado a caer formando en la pista un fino barrillo. El número de participantes se ha reducido importantemente. Además de los caídos, hubo otros que abandonaron por falta de fuerzas para subsistir en la fortísima competición.

Margot aguanta en el grupo de destacados y logra colocarse en segunda posición. Anna grita fuera de sí, brinca, aplaude, no puede soportar la tensión.

Faltando pocos metros para el final, la yegua pierde pie, se desploma. Su jinete la sobrevuela y patina sobre el resbaladizo suelo. Anna se siente desfallecer. El sonido de las voces le llega amortiguado, las piernas ya no la sostienen, la luz se torna penumbra.

Como una sonámbula corre hasta el borde de la pista. Quiere saltar, llegar junto a la yegua pero se lo impiden. Alarga la mano desesperada.

La cara de Margot se muestra contraída, los ollares abiertos. El sudor empapa al animal, sus mucosas están inyectadas en sangre.
-          ¡¡¡Margot!!!

La yegua aterrada la mira, patea convulsivamente e intenta levantarse. Es inútil.

La caña astillada asoma por debajo de su rodilla delantera derecha, el casco se ha revirado. La sangre mana empapando la arena.

Con los nudillos blancos aferrados a la valla que las separan, Anna ve cómo el animal lucha, y mueve de un lado para otro su cabeza negándose a admitir los que sus ojos le muestran. En el fondo de su garganta se ahogan los gritos.

El hipódromo alienta la recta final. Ella no escucha más que los relinchos de la yegua herida. La visión del veterinario empuñando una inyección letal la hunde definitivamente en la noche.

El ganador cruza la meta. La carrera ha terminado.




Ilustración: Silvia Sanz
Texto: Esperanza Castro

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