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sábado, 12 de enero de 2013

Recién nacida



Se mordió el labio inferior y cerró los ojos. Volvió la cabeza hacia el lado derecho con el deseo de ocultarle a la madre los dos lagrimones que urgentes se le agolpaban queriendo rodar mejillas abajo. Tenía que aguantar. Quería aguantar el terrible escozor de aquello tan caliente que estaba hiriendo su pobre pantorrilla.
Ya era mujer, ¿no? Estaba a punto de cumplir los quince años y deseaba con todas sus fuerzas estrenar aquellas medias, ponerse sus primeros tacones y vestirse la seda tan azul y vaporosa y que días antes habían enviado a limpiar a la tintorería.
Se volvió a mirar su pierna. Un líquido viscoso y verde reposaba humeante. Esperó el tirón. Y comprobó que el violento movimiento no era tan terrible como había imaginado. Más allá reconoció en sí misma cómo el pecho se le hinchaba entre aliviado y orgulloso.
De nuevo la paleta embadurnando una porción más. La temperatura de la cera había mermado respecto a la primera aplicación. No dejaba de fantasear con la posibilidad de que una tira de su piel saliera adherida tras ella fruto de un torpe descuido.
Sus piernas de mujer comienzan a bajar los primeros escalones hacia la sala de baile. Siente el crujir de las enaguas, la cintura ajustándose a su talle, el cálido tacto del collar de perlas de su hermana mayor.
El segundo tirón le dolió más. Qué curioso. Según se iban rebajando los grados de la sustancia aplicada, el padecimiento de su retirada iba en aumento. Pero una linda ventana de piel desprovista de pelo se abría paso.
Siente vértigo. La visión del salón allá abajo abarrotado de gente le hace sostener por segundos su respiración. Contiene el impulso de volverse, mas su pie derecho, sintiendo la suave presión de la costura de la media entre los dedos, desciende hacia el siguiente escalón.
Miró a su madre y sólo pudo observar el movimiento de sus labios. Fue consciente de que los sonidos de la habitación se habían vuelto opacos. Tan solo el latir de su pecho llegaba como tambor a sus oídos. Notó el pinchazo de alfileres del último retoque de la pierna derecha.
La gente se ha engalanado. Su padre guapísimo la mira orgulloso, su madre la observa como quien examina por última vez la obra perfecta nacida de sus propias manos.
El profundo aroma de la cera se expandía por la estancia. Se iba entremezclando con el del café que salía ahora a borbotones.
Por fin pisa el pavimento de la sala. Cree que todas las miradas se vuelven hacia ella, su vestido azul y sus tobillos encaramados a unos zapatos de tacón. El calor le sube del pecho al cuello y de ahí hasta llenarla de un vergonzante rubor. Dura un instante.
Sintió el líquido deslizarse sobre la segunda pierna. Su cuerpo reconoció la temperatura, el tirón le resultó familiar. Se sintió mujercita experimentada.
Distingue a sus amigas, sus hermanas, sus primos, sonrisas familiares que le devuelven la seguridad perdida.  Sonríe y nacen alas en su corazón. Se funde con todos en un abrazo adulto.
Finalmente allí estaban, sin un solo pelo, perfectas y preparadas, las lindas piernas de una mujer recién nacida.


Ilustración: Silvia Sanz
Texto: Esperanza Castro

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