¿Qué color tienen las palabras?

¿Qué sílaba definirá el trazo?

¿Qué imagen para expresar un sentimiento?

miércoles, 12 de octubre de 2011

Quitapenas

Déjalo, déjalo ya.
Abandona la tristeza y vístete de colorao,
ponte un carmesí en el pelo que nos vamos a pasear
a la plaza, a la rotonda, a la verita del mar.
Pa que vean que en tu rostro ya se ha ido la humedad,
pa que presumas de amigo y de ausente soledad.
Y esa luz en tu mirada, y esa locura en el pelo,
esa belleza tan tuya llena de un resentimiento
que vuela por tu ventana, ¡despídelo con un beso!,
pues no merece una lágrima, ni tu boca, ni tu verso.


Ilustración: Silvia Sanz
Texto: Esperanza Castro

martes, 4 de octubre de 2011

El cuenco tibetano

Suena un armónico.
Suena un armónico junto a otro armónico dentro de un conjunto de cientos de armónicos.
La maza forrada de fieltro gira sobre el borde del cuenco y el roce produce una leve vibración. El metal entra en resonancia y el canto se expande por la estancia, se cuela por la ventana, llega hasta la calle.
+++
No fue un amor a primera vista.
Casi por casualidad, y acompañando a un par de amigas que querían probarse aquel vestido tan bonito de artesanía india, fue que dio con la diminuta tienda.
El angosto local a pié de calle sobrevivía abarrotado de babuchas bordadas a mano, vestidos de algodón estampado, pulseras de poderes milagrosos, mandalas de mil colores, pañuelos, pendientes, joyas de plata y cristales de cuarzo, cajas de filigrana tallada y, en aquella estantería, unos cuencos de metal dorado mate con una especie de maza de mortero que sobresale de su interior.
-          Son cuencos tibetanos –le aclaró la amable dependienta- sirven para meditación, simplemente escuchando su sonido infinito o bien para hacerlos sonar encima de cada uno de tus chakras.
Escogió uno, consistente, recio, pesaba casi un kilo e imitando el movimiento de la vendedora, lo hizo sonar.
-          “Interesante –pensó-, son bonitos pero quizá demasiado caros.”
Y añadiendo en voz alta comentó amable:
-          Me gustan. Ya me pasaré por aquí algún día con más tiempo.
Mentira piadosa para quedar bien. Pero, ¿qué necesidad tenía de quedar bien? ¿Por qué no expresarle a la vendedora la verdad? ¿De dónde le venía ese cierto apuro de confesar que su precio le parecía caro en exceso?
Se despidió presurosa de sus amigas y marchó distraída calle abajo casi corriendo para continuar sus quehaceres.
La factura de la luz, el colegio, los niños, hoy cenaremos pizza, tengo que llamar a la asistenta, que no se me olvide pasar la ITV… los armónicos. Los armónicos como fondo de sus pensamientos.
Era curioso. Aquel objeto, aquel cuenco bruñido de siete metales que había sonado entre sus manos, como un lamento, como extraño concierto particular, y que ella misma había despreciado de manera burda y material, se le presentaba ahora puro, mágico, una presencia imposible de obviar, como si le estuviera llamando.
Sonrió y, apartando de un manotazo aquellos pensamientos, prosiguió su frenético caminar.
El reloj del Ayuntamiento… los armónicos, la sirena del colegio… los armónicos, el plato de loza… un cuenco dorado, la cuchara… un mazo de madera que da vueltas sobre un cuenco dorado que emite una serie de armónicos…
Pero, ¡por Dios santo! ¿Qué me pasa? ¿Qué tanto me pasa que no puedo quitarme de la mente la imagen y el sonido de ese cuenco y sus puñeteros armónicos?

Al atardecer la puerta de la tiendecita advierte de una presencia.
La vendedora sonríe y sin mediar palabra, extrae de debajo del pequeño mostrador de madera un paquete de plástico burbuja recubierto de papel de estraza.
-          Nunca antes nadie lo había hecho sonar –añadió al tiempo que se lo alcanzaba- tómalo, te estaba esperando.
Y en el aire, sonó un armónico…

Ilustración: Silvia Sanz
Texto: Esperanza Castro

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