¿Qué color tienen las palabras?

¿Qué sílaba definirá el trazo?

¿Qué imagen para expresar un sentimiento?

miércoles, 17 de julio de 2013

El Ticket

Y un día tras otro la marca de su carmín en el ticket del parking. Aquellos labios gruesos, carnosos, que me sonreían mientras introducía su mano entre la bandejita metálica y el cristal, para hacerme llegar el papelito hasta el interior de la pecera donde me encontraba.

Esperaba cada día aquel instante. Ese gracioso caminar bajando la cuesta de entrada por donde entran los coches. Y yo embobado esperando que me pasara el beso grabado en el trozo de papel.

Pero aquella mañana lluviosa llegaba acompañada. Ella, a propósito del tiempo, se había calzado unas botas altas, de tacón vertiginoso que la hacían parecer modelo de revista.

El suelo estaba ligeramente embarrado. El calzado de caña alta le impedía el juego natural de los tobillos y, en un instante, ella resbaló con el pie derecho, se apoyó sobre el izquierdo que también falló y, ante el asombro e impotencia de su acompañante, se precipitó sin remedio sobre el suelo del parking.

Su rostro se contrajo de dolor y sentada, se agarró con fuerza el tobillo dañado. El hombre se agachó junto a ella preocupado al tiempo que dejaba escapar una risa tonta.

-  ¿Me quieres decir de qué te ríes? ¿Eh? ¿Me lo quieres decir? – escuché que ella exclamaba prácticamente gritando.

Comprendí que él era de ese tipo de personas que no pueden contemplar una caída sin que les de la risa, un reflejo incontrolable, algo imposible de aguantar, aunque la persona accidentada sea la más querida.

Pero igual observé que trataba de ayudarla a ponerse en pie, y que ella no podía del dolor, y que rechazaba una y otra vez su mano tendida. No podía estar más fuera de sí.

Y yo allí, enjaulado en la pecera sin poder hacer nada. Queriendo salir a ayudarla, a levantarla y llevarla en brazos hasta el hospital, para que le revisaran ese tobillo, para que curaran su dolor. ¿Qué hacer? Allí estaba él con ella lidiando aquel conflicto.

Sentía como si una cadena me fijara a la silla; como un pez que boquea preso en la red y que morirá sin remedio; como un animal rendido y sin libertad. Atendía la cola infinita de pagos como una autómata: un ojo en la caja y otro sin desviar la atención del accidente. ¿Cómo podría abandonar el puesto en ese momento?

Por fin ella se dejó ayudar. El que supuse su marido, o su novio, o su vete a tú saber qué, comenzó a tirar de la larga bota, lenta, muy lentamente porque la hinchazón del tobillo dificultaba la tarea. Ella se mordía el labio inferior mientras dos lagrimones se deslizaban mejillas abajo. Se incorporó abrazada a él y, con breves saltos, fue capaz de llegar hasta donde estaba aparcado su coche.

Abrió su bolso, sacó el ticket y lo sujetó con un gesto mecánico entre sus labios pintados, extrajo el monedero y se lo tendió a él junto al papelito que cada día me llenaba de ilusión.

El se situó al final de la cola y yo esperé a que el desencanto asomara por la rendija de mi pecera.


Ilustración: Silvia Sanz
Texto: Esperanza Castro

miércoles, 3 de julio de 2013

Yo tengo un palomo (segunda parte)


Sigo sin tener setecientos amigos en Facebook, pero continúo teniendo un palomo en mi ventana. El mismo palomo, o su hermano, o el cuñado del que el 2 de octubre pasado me hacía escribir una entrada en este mismo blog cargada de nostalgia y hasta cariño.
El palomo sigue siendo gris, como todos los palomos, pero hoy ya no me causa tristeza sino más bien unas ganas irreprimibles de hacer caldo con su carne prieta.
Ya no quiero acogerlo, ya no quiero adoptarlo, ¡¡¡quiero que abandone ya el alféizar de mi ventana!!!
Me lo tiene tapizado de cagaditas y ahora le está dando por golpear y ulular y requeteulular hasta despertarme con el amanecer.
Sigue creyendo que el lugar es suyo y ¡¡¡nooo!!!
No quiero tenerlo, no quiero mirarlo, no quiero ver sus repugnantes plumas salpicando los cristales de mi ventana.
Ahora, ese que en octubre me regalaba ternura, despierta en mí hondos sentimientos que me acercan al asesinato.
¿Me compraré un palomo de peluche para abrazarlo y disfrutarlo y echaré a este sin remordimientos como Betilón me recomendaba?
¿Pondré en el alféizar un rollo de tela de gallinero para evitar que se siga posando siguiendo el sabio consejo de Cañuelito?
Ya me dijo Silvia que detrás de esa apariencia celestial se escondía ¡¡¡un monstruo!!! Comienzo a considerar seriamente lo del espantapájaros.
¿Coloco bolsas de plástico como me sugería Noemí?
Aún no me ha puesto huevos como a Marion pero me viene a la mente sembrar un ciento de cactus.
Quizás termine subiéndome al tejado o al árbol donde han anidado para exterminar los huevos, los polluelos y a la madre que los parió a todos.
Siento que el romanticismo que me provocaba ha desaparecido, ha volado como deseo fervientemente que haga él.
No me trae ningún mensaje, o no lo oigo, o no lo entiendo, pero tampoco me quiero parar a interpretar su ulular porque puede que, si me paro, a lo mejor comprendo su tristeza, su soledad, y entonces tendré al palomo hasta el día del juicio final.



P.D.: Este verano estoy sufriendo las siete plagas de Egipto. Pero eso lo dejo para otro día que para bichos ya hemos tenido bastante.

Texto: Esperanza Castro

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