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sábado, 21 de marzo de 2015

Diario de una autómata (1)


Cinco de la mañana. Hoy es sábado, el primer sábado de primavera, el único primer sábado de la primavera de ese año.

La mujer despierta, y despierta con una pequeña opresión: ansiedad. Pero no es la ansiedad de hace meses, es una ansiedad casi dulce, pequeña, una ansiedad que la hace feliz porque en nada se parece a la ansiedad de hace meses.

Piensa en lo que hará hoy. Y sin darse cuenta, se da cuenta de que está escribiendo con la mente, y se da cuenta de que le apetece escribir, escribir, hace meses que no escribe, hace, quizás, los mismos meses durante los que padeció esa ansiedad.

Se levanta y acude al salón a por su computadora. Y mientras lo hace piensa, pide, que, por favor, no se le escapen las palabras, que, por favor, no le vuelva a pasar como aquellos meses, que ojalá pueda llegar hasta la máquina guardando las mismas ganas que sintió al levantarse.

Enciende el ordenador con el sudor cubriéndola entera. Ruega que no se atasque, que arranque sin esa parsimonia que lo caracteriza, que arranque con el mismo brío que sintió ella al levantarse.

Y lo consigue, la máquina responde, se hace su aliada y en pocos segundos le muestra la página en blanco. Los dedos de ella vuelan sobre el teclado, son livianos, rozan cada tecla como las gaviotas sobrevuelan el mar, glotonas, ávidas, urgentes. 

La mujer cuenta, le grita al teclado, al ordenador, a ella misma su propia felicidad, su sentimiento de ingravidez, su alivio al descubrir, al hacerse consciente de que su pasión, sus ganas y su virtud no la ha abandonado como creía, como hace meses que creía.

Después de dejar escapar como un torrente las primeras palabras que se escapan solas se detiene, ¿cómo seguir?, piensa, y de nuevo esta duda se convierte en letras, sílabas, palabras de alivio. “Suéltalas, déjalas resbalar como torrente, como gotitas de lluvia que algún día serán torrente, no para calmar la sed sino para lavar los pies, aclarar la cara, refrescar el alma”, y decide que esto último es cursi, sí, pero bendita cursilería que la hace sentir como si la cama, la suya se elevara un metro por encima de su propio cuerpo allí tirado.

Un hueco le recuerda que hace horas que cenó y se siente más humana que nunca y a la vez más llena que nunca por ser capaz de expresarlo así, en blanco, como hacía tanto.

Mira desde lo alto a la mujer sola que creó con sus propias manos y se hace presente en ese momento. Se reconoce en sus ojos y la ama y se despide de ella, le dice adiós porque ya no está más, ya no existe, muere en otro cuerpo que no es el suyo, que ya no es.

Se vuelve sobre sus pasos y relee lo que ha escrito. Le gusta, o no, puede que sea bueno o no pero da lo mismo, lo que verdaderamente importan son los dedos que no pueden parar y eso la llena de tanta felicidad como las letras que una tras otra cubren la sábana blanca que cubre la pantalla y su cama entera.

Una página completa, llegar hasta el final será un premio, como alcanzar una meta donde espera un reloj que mide el tiempo invertido en dar una vuelta o dos al circuito, como si las palabras se pudieran medir en metros cuando las palabras no son más que sensaciones, sentimientos que se encarnan o se padecen o alivian el peso con que amaneció.
 
Texto: Esperanza Castro

4 comentarios:

  1. Espe, acabas de describir mi situacion, uno tiene q buscar lo q tiene escondido y hacerlo florecer, no se pueden sustituir con otras cosas q gustan pero no tanto como lo q siempre has sido.Retomar el camino y ver q no eres como los demas han creido hacerte ver.Eres una escritora maravillosa.Te quiero.

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  2. No me parece una autómata, ¡es puro sentimiento!

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  3. Mi Tati, leo tu texto y se me figura que el personaje eres tú....

    Sigues en la busqueda mi nube viajera.....

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    Respuestas
    1. Cierto, mi único salvadoreño. Siempre supiste leerme.
      Un beso amoroso

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